Artículo publicado originalmente por Youssef Ouled en eldiario.es el 5 de marzo de 2020
Ainhoa Nadia Douhaibi y Salma Amazian publican un ensayo con el que abren debate sobre el racismo que, sostienen, subyace en la política antiterrorista
¿A quién beneficia el relato de la lucha contra el terrorismo? Esta es una de las preguntas a las que pretende responder el libro La radicalización del racismo. Islamofobia de Estado y prevención antiterrorista, escrito por Ainhoa Nadia Douhaibi (Oñati, 1983) y Salma Amazian (Ait Fawin, 1988). Las autoras buscan desvelar a través de un análisis histórico, social, político, judicial y penal, cómo el racismo hacia las personas y comunidades de tradición musulmana “hunde sus raíces en una islamofobia estructural perpetuada desde los aparatos del Estado”.
Editado por Cambalache, se trata de una publicación en el que las investigadoras pretenden centrar el debate sobre la islamofobia, “al margen de estereotipos, exotizaciones y la criminalización” con la que las instituciones describen a la población musulmana, indican las autoras.
Este objetivo solo es posible, sostienen, mediante la transformación de los términos habituales en los que se viene hablando de islam, musulmanes y terrorismo en medios de comunicación, universidades y prácticas institucionales. Su finalidad es abrir un debate sobre el racismo que subyace en la política antiterrorista.
¿Qué sentido tiene hablar hoy del moro-musulmán?
El libro nace como un análisis del aparato del Estado en materia de prevención de la radicalización que llaman “yihadista”. Cuando te empapas de la documentación institucional en la materia o acudes a formaciones que se realizan en este sentido, organizadas por instituciones u organizaciones que trabajan para ellas, resulta que el objeto-sujeto del que se habla es un cuerpo moro-musulmán “radicalizado”. Nos parecía importante hablar del moro porque esta política se piensa y construye contra él. El target no lo hemos decidido nosotras, sino las políticas de Estado. Eso no quiere decir que no haya otros cuerpos, no negamos la expansividad de esta política, por eso hacemos un análisis histórico.
Es importante señalar que ese sujeto-objeto es construido y cambia dependiendo del estado-nación en un contexto europeo. En el contexto español, la construcción de un Otro musulmán se materializa mediante la asociación del mismo con la peligrosidad. La idea del moro, entendida como categoría colonial que lo deshumaniza y asocia con lo árabe. Aunque nosotras queremos salir de los paradigmas culturales ya que no entraría solo el árabe, también la gente pakistaní o amazigh, entre otros. Lo que en el mundo anglosajón se conoce como “brown-people” [personas racializadas].
Esto no quiere decir que las políticas que desgranamos no se desarrollen contra otros musulmanes, especialmente racializados y provenientes de las migraciones postcoloniales. Hoy en día observaremos que en el Estado español, los barrios sitiados policialmente son los que habita ese sujeto-objeto y la justificación es precisamente la reproducción del relato en torno a la “vigilancia por seguridad”. Por ejemplo, en Granada, el barrio donde está la policía es el Almanjáyar, con una mayoría de población principalmente conformada por moros, negros y gitanos.
¿Dentro de todo musulmán hay un potencial terrorista?
Arun Kundnani dice en el libro The Muslims Are Coming! que la “radicalización” es la lente a través de la cual hoy se observa a la población musulmana a nivel internacional. Esa idea de que hay un potencial terrorista dentro de cada musulmán tiene que ver con cómo se desarrolla la criba sobre “quiénes tienen el riesgo dentro”.
Las teorías en materia de radicalización señalan una determinada forma de entender, ver, vivir, practicar o proponer el Islam. Si en el centro de las teorías de la radicalización está la idea de que una determinada forma de creencia es la que conlleva una predisposición psicocultural al desarrollo de la radicalización, lo que se viene a decir es, se vigilará a toda la población musulmana y ya se hará la criba entre aquellos que determinemos como “radicales”. Eso sucede porque el núcleo de vigilancia es el islam y lo que tiene que ver con él, esto automáticamente coloca bajo sospecha a toda la comunidad musulmana.
Al final, estas políticas tienen un carácter expansivo. Esto lo vemos entorno a lo que desde los aparatos del Estado llaman un islam “moderado”, que no sería más que aquel que perciben los mismos como menos manifiesto a nivel social y político, lo que nos lleva a pensar a los propios musulmanes que para nosotros y nosotras hay una salvación a la que agarrarnos para no entrar en el ojo de las políticas preventivas.
No obstante, esto no es así, cualquiera puede entrar, tanto si es “visiblemente musulmán” según el estereotipo, como si lleva una forma de vida moderno-occidental. Además, en un ámbito teológico, te das cuenta que los aparatos del Estado marcan un discurso basado en el más absoluto desconocimiento. Emplean términos que solo cobran significado debido al machaque mediático, sin embargo, cuando se les pregunta, no saben responder o dan respuestas que no se sostienen. Lo más peligroso de todo esto, es que estas políticas acaban siendo, como dice Salman Sayyid, “instrumentos disciplinadores”.