Artículo publicado por Oumaya Amghar Ait Moussa en Quaderns de la Mediterrània 34
Las mujeres musulmanas son objeto de toda una serie de prejuicios y estereotipos negativos ligados a su religión, el islam, entre los que se encuentra la asunción de que las desigualdades entre hombres y mujeres en los países de mayoría musulmana se deben a la religión. Sin embargo, el patriarcado ya estaba presente antes de esta. Otros prejuicios en torno a las mujeres musulmanas son la falta de educación o el uso del hiyab. No obstante, aunque en algunos países sí que se impone su uso, en otros es una vía para que las mujeres tomen el control de su cuerpo y adopten una forma de vestir con la que se sienten cómodas. En Europa, las mujeres que llevan hiyab han sido objeto de una discriminación que, en el caso de Francia, ha llevado al gobierno a tomar medidas de prohibición que cuestionan los derechos de estas mujeres, que son, con diferencia, las mayores víctimas de la islamofobia en Europa. Puesto que la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres trasciende toda religión, política o cultura, los gobiernos deben centrarse en tomar medidas legales igualitarias y facilitar el acceso a la educación de las mujeres que, de ese modo, tendrán mayor capacidad de elección entre las opciones vitales a su alcance.
«Oprimida», «pasiva», «velada», «analfabeta», «marginada», «débil», «amenaza», «siempre en casa», «limitada»… son algunos de los términos con que se describe o se concibe a las mujeres musulmanas. Las percepciones sobre las mujeres musulmanas están plagadas de prejuicios y estereotipos negativos, lo cual es una consecuencia de su afiliación religiosa: el islam. A veces, la gente muestra una obstinada sorpresa ante las mujeres musulmanas que hacen deporte y ganan trofeos, como Ibtihaj Muhammad u Ons Jabeur; o que se dedican a la política, como Ilhan Omar o Fatima Hamed; que son modelos, como Halima Aden; que trabajan en granjas, fábricas y restaurantes; que son médicas, académicas, abogadas, ingenieras, científicas, cantantes, actrices, soldados del ejército; o bien que ganan un Premio Nobel, como Shirin Ebadi o Malala Yousafzai.
El debate se basa, a menudo, en la asunción de la que la cultura y, más concretamente, las creencias religiosas son la causa de las desigualdades de género en los países de mayoría musulmana. Lilia Abu-Lughod señaló una vez que «la cuestión es por qué conocer la cultura de la región, y concretamente, sus creencias religiosas y el tratamiento que reciben las mujeres, era más urgente que explorar la historia del desarrollo de los regímenes represivos en la región y el papel de Estados Unidos en todo ello […]. En lugar de explicaciones históricas y políticas, los expertos se veían obligados a dar explicaciones religioso culturales».1 Por otra parte, Lurdes Vidal señala que «el imaginario sobre el mundo árabe y musulmán está lleno de connotaciones negativas, con una fijación enfermiza en la religión como clave de interpretación de todo lo que ocurre en la región».2
Sin embargo, es importante recordar que, en los países o las comunidades de mayoría musulmana, las leyes civiles tienen unos efectos de género mucho más amplios que cualquier ley religiosa sobre el estatus personal. Además, el islam no es la única religión de la región, aunque a menudo se presenta como tal en la cobertura de los principales medios de comunicación.3 En otras palabras, la prevalencia de la religión, el islam en este caso, en el ámbito legal y con respecto a las políticas de género, aparece continuamente enfatizada por la cobertura mediática. Pero las leyes civiles las hacen los hombres, no Dios. En este contexto, las mujeres musulmanas están infantilizadas, porque la imagen establecida en el imaginario cultural es que están oprimidas y necesitan que las salven, lo cual anula su libertad de elección. En esta línea de pensamiento, las mujeres musulmanas no se limitan a elegir entre su libertad personal y su práctica religiosa, sino que tienen la capacidad de actuar y tomar sus propias decisiones. Por ello, no se trata de opciones, sino de libertad, igualdad y derechos.
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Conclusión
Está claro que aún queda un largo camino por delante en lo que a género y derechos de las mujeres musulmanas se refiere en todo el mundo. Así, es esencial implantar medidas legales y políticas que favorezcan el avance y, por encima de todo, fomentar la concienciación que lleve a evitar caer en malentendidos y falta de información, no solo en asuntos que afecten a las mujeres musulmanas, sino en cualquier asunto que afecte a los derechos humanos. Así pues, las instituciones deben promover la diversidad y la igualdad en todos los ámbitos sociales y políticos. Un ejemplo ilustrativo, en este sentido, es la iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona, que ha creado un servicio técnico para promover la diversidad cultural entre sus empleados, aprobado en el Plan de Interculturalidad Barcelona 2021-2030. También es muy importante implementar leyes que aporten mecanismos de defensa en situaciones de vulnerabilidad.
Los medios de comunicación, en este caso, desempeñan un papel decisivo. Proyectos como MAGIC (Mujeres y comunidades musulmanas contra la islamofobia de género en la sociedad, en sus siglas en inglés), liderado por el Instituto Europeo del Mediterráneo y financiado por la Comisión Europea en el marco del Programa de Derechos, Igualdad y Ciudadanía, cuyo objetivo es prevenir la islamofobia de género en los medios de comunicación de España y Bélgica mediante una mejora general de las capacidades, la formación de periodistas y la promoción de campañas de concienciación, son esenciales. Otra herramienta indispensable es el acceso de las mujeres a la educación para que, así, puedan tomar las riendas de sus vidas y sus elecciones, y dispongan de una voluntad de acción, capacidad crítica e independencia económica. Es fundamental, pues, no dar la educación por sentada.