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Moros en la costa

FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ

Y en Kabul. Y en las Pirámides. Y en Colonia, Hamburgo, Francfort, Düsseldorf, Zurich, Berlín, Viena, Helsinki, París, Libia… Islam es un sustantivo; islamista, un adjetivo. Sin lo esencial, que es el sustantivo, no existiría el adjetivo. Hay que ser muy ignorante o muy malintencionado para separar lo uno de lo otro. Es lo que hace la izquierda, esa herejía del cristianismo que eleva a dogma la majadería socrática -de ahí la tomaron los evangelios paulinos- que aconseja responder a un bofetón poniendo la otra mejilla. Y es también lo que hace la derecha, esa marca blanca de la izquierda, cuando acusa de islamofobia a quienes proponen el control de las mezquitas, el cierre de las fronteras o la lucha armada para derrotar a quienes están dispuestos a todo y demoniza a Marine Le Pen, a Orban, a Trump y a Putin en contra de lo que sugiere el instinto de conservación. Llegados a tal punto de entreguismo sería cosa de ir pensando en incorporar a los planes de estudios la lectura obligatoria del Corán. Así se enterarían nuestros chavales, que para entonces ya estarán circuncisos, prescindirán del jamón y esclavizarán a sus mujeres, de que en muchos suras de ese libro, y de modo muy especial en el versículo décimo tercero del quinto, se asegura manu militari -la de la ‘sharia’ y la ‘yihad’- que el Islam persigue como postrer objetivo el de convertir a todos los seres humanos, degollar a quienes no se avengan a ello y crucificar a los apóstatas. Es lo que está haciendo el IS y lo que el Islam sobre todo en su versión sunita ha hecho en infinidad de ocasiones, disfrazándose a veces de cordero degollado en la fiesta de Aid-al Kebir, desde que Mahoma, tras sufrir en la Meca un subidón similar al de Saulo en la puerta de Damasco, proclamó la Hégira. Y conste, para que no digan dueñas cristianas ni musulmanas, que no estoy hablando de religión, sino de política. Donoso Cortés, filósofo clarividente cuyo legado también debería estudiarse en las escuelas, dijo que «en toda cuestión política subyace siempre una cuestión teológica». Y al revés, añado yo. Los buenistas de izquierdas o de derechas que hoy se oponen a cambiar las maduras por las duras son culpables de un delito de alta traición y de otro aún más grave, si eso fuera posible: el de la estupidez. ¿Será congénita o tiene cura? No les darán tiempo para averiguarlo.

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