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Mujeres místicas del islam, libertad y señorío

(…)

La mujer en el sufismo

Como decíamos, en esta corriente, el sufismo, hombres y mujeres pueden alcanzar el mismo rango y los mismos grados espirituales.

Así, en su obra Futuhat al-Mekiyya, “Revelaciones de La Meca”, Ibn Arabi escribe:

“Todas las moradas, todos los niveles, todos los atributos pueden pertenecer a quien Dios desee, tanto a mujeres como a hombres para quienes Dios lo pueda desear (…) [Hombres y mujeres] comparten todos los niveles, incluyendo el de Polo”.

Igualmente, Rumi se refiere a menudo a lo femenino y presenta a la mujer como el ejemplo más perfecto de la Creación. Así se expresa en su Matnawī: “La mujer es un rayo de Dios. Ella no es tan solo la amada terrenal; ella es creadora, no creada.” (Helminski 2013: 6).

En cuanto al poeta y sufí y poeta El Yami (s.XV):

“Si todas las mujeres fueran como las que he mencionado,

las mujeres serían preferibles a los hombres.

Pues el género femenino no es vergüenza para el sol,

ni el masculino un honor para la luna”.

(…)

 

 

Algunas mujeres santas históricas

La santa sufí por antonomasia de los primeros tiempos del islam es Rabi’a el Adawiya, de los ss.XVIII-IX. La perfección de su carácter, su gran piedad, su gnosis y su ascesis la dieron a conocer más allá de las fronteras, los siglos y las culturas. Los místicos posteriores la reconocieron como “la corona de los hombres” (Smith 1984:4).

Por otra parte, como decíamos, sus biografías y las leyendas dejan traslucir un carácter fuerte y templado, también en relación a los varones. Así lo demuestra esta anécdota, así como muchas otras leyendas: en una ocasión el discípulo de Rab’ia, Hassan (supuestamente, al-Basri), extiende su alfombrilla sobre el agua y le dice, ‘Rab’ia ven a rezar un par de rakats’. Ella extiende la suya, que queda suspendida en el aire, como signo de superioridad espiritual. Entonces le dice:

“Hassan, lo que tú hiciste también lo hacen los peces, y lo que yo hice, las moscas también lo hacen. La verdadera cuestión está al margen de ambos trucos. Hay que aplicarse en la verdadera cuestión” (El memorial de los Santos).

Sin embargo, fue tal su fama, que trascendió hasta época cristiana muchos siglos después, que eclipsó a otras grandes mujeres de su tiempo, entre las que cuentan ‘Abda bint Shuwal y Maryam de Basora, poco mencionadas y que sin embargo la acompañaban. Se cree que en aquella época los místicos y místicas, contrariamente a la actualidad, eran muy numerosos. Y es que, como asegura el Corán, los había “Muchos de los primeros, pocos de los últimos”.

Maryam de Basora era compañera y discípula de Rābi‘a y dedicó su vida con enorme intensidad al amor divino (la mahabba li-Llah). Era frecuente que cuando se hablaba de la doctrina del amor cayera en éxtasis profundos.

Siglos después, otra de las mujeres que debieron de brillar con luz propia e impresionar por su sabiduría y altura fue Nizam, que Ibn Arabi conoció en la Kaaba de La Meca, mientras recitaba unos poemas místicos, y a la que dedicó encendidos escritos y poemas. Así la describió:

“Una joven esbelta que atraía hacia sí las miradas. Adornaba las reuniones y a los propios contertulios, al tiempo que turbaba a quienes accedían a contemplarla. Se llamaba Nizam (…). Era la mayor de las creyentes, de las sabias y ascetas, templada y Señora de los dos Santuarios. Crecida en la Ciudad Fiel, aparecía majestuosa y sin doblez, de aspecto embrujador y elegancia iraquí. Cuando se mostraba desbordante (en su parlamento) abrumaba, y si (quería ser) concisa, era inimitable”.

Ibn Arabi también quedó impresionado por una esclava de Qasim al-Dawla que vivía en La Meca y tenía el don de cubrir largas distancias sin apenas desplazarse. Según él, practicaba una dura disciplina de ascetismo y poseía las cualidades de la caballeríao futuwwa.

Conmovedoras e inspiradoras son también las historias de santas que compartían con su cónyuge la gnosis y las moradas espirituales.

Así describe Michel Chodkievizc uno de estos casos:

“Aunque Rābi’a al-Shāmiyya, a menudo confundida con Rābi’a al-‘Adawiyya, era esposa de Ibn Abi Hawāri, no se la reconoce por este hecho en la hagiografía. Ibn Abi Hawāri, que era suficientemente importante por méritos propios, se dedicó, con una conmovedora veneración, a su esposa, cuya superioridad reconocía; y él fue quien pasó a la posteridad gracias a las virtudes y éxtasis de ella (Ibn al-Ŷawzi 1986, IV, p. 300)”.

En Futuhat al-Mekiyya Ibn Arabi se refiere en diversas ocasiones a su esposa, Maryam bint ‘Abdūn, como una mujer virtuosa que, en cierto modo, por medio de una visión que tuvo, le mostró la vía a seguir en el camino hacia el Conocimiento.

En cuanto al rol de las madres en la transmisión del midmo, tampoco fue desdeñable. Así sucedió con el gran maestro, padre de la mayoría de las tariqas, o vías sufíes actuales, ‘Abd al-Qādir Ŷīlānī (s.XII), cuya madre y tía influyeron grandemente en su vida espiritual.

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