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‘Dios es lo más’: jóvenes musulmanes e islamofobia

Artículo publicado originalmente en Afkar por Luz Gómez

Europa es un continente viejo, y de viejos. La media de edad de sus habitantes es de 42 años y el 24% de su población tiene más de 60 años. Los musulmanes europeos son jóvenes: su media de edad ronda los 32 años. Muchos provienen, en segundas y sucesivas generaciones, de países árabes, estos sí jóvenes, fruto del colonialismo europeo en la región hasta bien entrado el siglo XX. Allí la población también es muy joven: el 70% tiene menos de 30 años. La islamofobia es a la vez vieja y joven: el conflicto no resuelto de Europa con el islam hay quien lo remonta a Carlomagno, al origen de Europa misma. No hace falta ir tan lejos. Lo que aquí nos interesa es su manifestación actual. La islamofobia como conflicto consiste, en buena medida, en su negación permanente, tácita o expresa, por el establishment político-mediático, principalmente.

La definición de “islamofobia” sigue siendo objeto de discusión, cuando no se niega en rotundo su existencia. En Francia, el debate intelectual se sirve de la maleabilidad del concepto como arma arrojadiza para ahondar en una nueva brecha ideológica, por encima de la clásica entre izquierda y derecha: buenistas/ neolaicistas. A los “buenistas”, sus adversarios les acusan de recurrir al “invento” de la islamofobia para no reconocer que las comunidades musulmanas son responsables de su falta de integración social y su aquiescencia al islam político. A los “neolaicistas”, los “buenistas” les atribuyen la manipulación de los valores republicanos al negar la posibilidad de que siquiera exista el término mismo “islamofobia”, pues reconocerlo supondría reconocer la legitimidad de la demanda de un espacio para la religión en la esfera pública. En España, la palabra “islamofobia” no está recogida en el Diccionario de la Lengua Española que publica la Real Academia Española, lo cual, al menos a efectos léxicos oficiales, supone la consideración de que la islamofobia no existe. En Gran Bretaña, y a pesar de que la expresión echó a rodar a finales de la década de los noventa tras la publicación del informe Islamophobia: a Challenge for Us All del Runneymede Trust, la islamofobia, como tantas cosas que no gustan, se achaca preferentemente a los problemas de la Europa continental, a la que se señala por no haber gestionado el multiculturalismo según el modelo británico.

En este contexto, los jóvenes musulmanes europeos se convierten en objeto preferente de la polémica sobre la relación de Europa con el islam a costa de que se aparte del debate el carácter transversal de su indignación, compartida con el resto de su generación por encima de adscripciones religiosas, étnicas o de género. Basta con echar un vistazo a las demandas de indignados, mareas y occupy que desde las plazas árabes de 2011 y el 15-M de Madrid han llegado a la Place de la République de París esta primavera de 2016.

A modo de síntesis, podemos establecer tres cortes icónicos en torno a la islamofobia y la juventud musulmana europea: la islamofobia del hiyab, la islamofobia del yihadismo y la islamofobia de los refugiados. Cada una de ellas marca a su vez un tiempo en la conformación del imaginario del islam-amenaza. No obstante, y dado que avanzan sin solución de continuidad, el bucle islamófobo no deja de crecer.

El hiyab y la ciudadanía

En una entrevista de hace más de 20 años en Le Monde (24.12.1994), Abdallah ben Mansour –entonces presentado como “personalidad en ascenso de la comunidad musulmana de Francia, 35 años, de origen tunecino (…) secretario general de la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia desde su fundación en 1983”, y hoy un activista islamista muy crítico con la gestión oficial del islam en Europa– señalaba la formación de los imames, la apertura de lugares de culto y el uso del pañuelo en las escuelas como asuntos a reformar legalmente para despolitizar el islam en Francia y despejar “los rencores y frustraciones que alientan la radicalización”. El camino recorrido ha sido justo el inverso: la politización del islam, tanto por parte de los gobernantes como, casi siempre de forma reactiva, por los propios musulmanes. Aunque lo habitual sea que el discurso mediático y oficial establezca la relación al revés: la respuesta política y policial de los gobiernos sería consecuencia de la radicalización de los musulmanes, especialmente de los jóvenes de las llamadas “segundas generaciones”.

A la ley que prohíbe el uso del hiyab en las escuelas, impulsada por Nicolas Sarkozy en 2004, entonces ministro del Interior, le siguió en 2011 la del uso del niqab en lugares públicos, ratificada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en 2014. Se desconocen datos del impacto que han podido tener estas leyes en el abandono escolar o en la reclusión de las mujeres en el hogar, lo cual es de por sí elocuente: serían daños colaterales ante la prioridad nacional del modelo laicista, por más que este pueda resultar excluyente. El llamado “feminismo de la igualdad” ha aplaudido ambas medidas, despreciando los argumentos que algunos sectores del feminismo crítico han esgrimido a propósito del carácter eurocéntrico y hasta xenófobo que pudiera subyacer en su justificación. Todo ello se ha puesto de manifiesto recientemente en las afirmaciones de la ministra francesa de Familia, Infancia y Derechos de las Mujeres, Laurence Rossignol, a propósito de la comercialización de moda en grandes cadenas dirigida a las musulmanas. La ministra declaró a la emisora RMC (30.3.2016) sobre la ropa y trajes de baño que solo dejan al descubierto pies y manos que “por supuesto, hay mujeres que eligen, y había negros afri… negros americanos que estaban por la esclavitud”; cuando se le pidió una explicación, se retractó de la palabra “negro”, pero sostuvo el resto.

En España, las batallas legales tanto por el hiyab como por el niqab, si bien minoritarias en comparación con Francia, reflejan la descentralización característica de la gobernanza del país. Las administraciones autonómicas, responsables de la educación pública, se han inhibido cuando en algún colegio, en Madrid o Cataluña, se han establecido normas de indumentaria que restringen el uso del hiyab. Por otra parte, algunos ayuntamientos han tomado la iniciativa de prohibir el acceso a los servicios públicos con niqab. El resultado, tanto en un caso como en otro, ha sido la judicialización de los procesos, que hasta la fecha se han resuelto a favor de la libre expresión de las creencias religiosas. Pero la polémica, servida en términos de libertad y seguridad, ha abonado el terreno a unas pulsiones islamófobas desconocidas en la sociedad española hace cinco años.

Llegados a este extremo, cabe preguntarse si no es ya el modelo de ciudadanía el que se discute, sino la noción misma de ciudadanía igualitaria e inclusiva como elemento constitutivo de la vida política europea. Aquí es donde han encontrado caldo de cultivo los partidos xenófobos en alza, los viejos y los nuevos: el Frente Nacional (Francia), Amanecer Dorado (Grecia), Pegida (Alemania) o el Partido por la Libertad (Holanda).

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