Publicado originalmente por Reem Ahmed el 24/02/2015 en islam21c.com
Hay que reconocer que, en general, los medios de comunicación forman la opinión pública mucho más de lo que la reflejan. Sin embargo, la mayor parte de la población sigue asumiendo que la información que recibe de los medios se corresponde con hechos y no con opiniones o hechos cribados siguiendo una línea editorial. Equiparan los periódicos y telediarios a la verdad.
Sus narrativas son generalmente aceptadas por la sociedad. Así pues, si las noticias afirman que existe un problema con el extremismo islamista, nos lo creemos. Si defienden que el extremismo violento es igual al pacífico, nos lo creemos. Pero entonces, ¿qué es extremismo? ¿Cualquier idea que vaya en contra de las leyes de la física? ¿De la naturaleza? En este caso, la segunda venida de Cristo o los milagros serían creencias extremas.
Si siguiésemos esta lógica, acabaríamos con una lista interminable de actitudes y creencias extremas, debido a la subjetividad e indeterminación de las creencias. Por ello, es necesario plantearnos qué abarcan las categorías “extremista” y “fundamentalista”, sus connotaciones políticas y el papel de los medios en la legitimación de su uso.
Los medios y la islamofobia
La violencia o la tendencia a la misma para imponer un mensaje o argumento constituyen el principal rasgo del extremista. Así que hablar de extremistas pacíficos es un contrasentido. Pero entonces, ¿cuáles son los indicadores de esa propensión? En otras palabras, ¿cuándo se puede considerar a un musulmán extremista, es decir, una amenaza? No existen parámetros que definan qué es ser una amenaza. Se trata de un término que utilizan a menudo políticos oportunistas e islamófobos sin saber explicarlo ni aclarar a quiénes incluyen en él.
Hoy en día, el aura de miedo que los medios y los políticos arrojan sobre los musulmanes entorpece la realidad y construye una representación falsa de la misma. Para verlos así, debemos comprender que el proceso mismo de construcción de un discurso, en este caso alrededor del “extremismo” y el “fundamentalismo”, es un proceso definidor de realidad, y que algunos estudiosos han denominado «construir el mundo». Así pues, en un ambiente políticamente cargado por la amenaza latente de los “extremistas musulmanes”, la objetividad es prácticamente imposible.
Los medios ya no sirven para poner en duda las narrativas hegemónicas ni los discursos propagados por los gobiernos. De hecho, hoy en día sirven más como portavoces de los mismos, normalizando las narrativas que estos defienden. Hay muchas formas en las que los medios cumplen este papel. Stephen Schwartz lamenta:
“Cuatro años después de los ataques del 11 de septiembre “la prensa occidental ha fracasado totalmente” por no haber sabido estar a la altura del “desafío de informar acerca del Islam, ni reaccionar ante las atrocidades que siguieron, incluyendo la violencia extremista en Irak – a la que yo no dignificaría llamándola “insurgencia” o “resistencia” – los ataques en los metros de Madrid y Londres, y las ofensivas terroristas en Indonesia, Marruecos y Turquía entre otros”.
El mito de la marea musulmana
Los medios exageran el número de musulmanes que viven en Occidente. Sobre ellos existen muchos mitos, algunos de los cuales han sido objeto de un reciente estudio. Se analizaban, entre otros temas, la población, la inmigración y el patriotismo. Es interesante ver que, de media, los franceses piensan que el 31% de sus compatriotas profesa el islam, mientras que los estudios colocan la cifra alrededor del 5%. La principal causa de estos equívocos es la publicación constante de artículos que resaltan e hiperbolizan la “crisis migratoria” del país.
Cuando los medios cometen estos errores atroces, se convierten en causa directa de la violencia física que sufren los ciudadanos musulmanes. Un ejemplo notorio es el reciente ataque islamófobo en Francia contra un marroquí, que fue apuñalado diecisiete veces mientras su agresor gritaba: “Yo soy tu Dios, yo soy tu islam”. Asimismo, veintiséis mezquitas del país galo han sido atacadas con bombas incendiarias, disparos, cabezas de cerdo y granadas. El Observatorio Nacional contra la Islamofobia francés ha recogido informes de 60 ataques islamófobos.
El hecho de que estos errores de cálculo se produzcan resalta cómo los medios pueden oscurecer una realidad en lugar de darle luz, a pesar de que se propongan crear una “ciudadanía informada”, sin la cual no puede haber un compromiso político sano en la sociedad. Es más, el fin de mantener a ciudadanos informados es crear cohesión social; la adopción pasiva por parte de los medios de la narrativa islamófoba solo sirve para crear un antagonismo político y social, que a su vez alimenta el odio. El auge de movimientos de extrema derecha en Occidente es la mejor prueba del fracaso de los medios de comunicación a la hora de cumplir con sus deberes básicos. La prensa generalista se enfrenta a una crisis existencial.
El auge del sentimiento islamófobo también se debe a la falta de equilibrio y posibilidad de publicar artículos que contradigan las opiniones dominantes. El teórico poscolonialista Edward Said llama a este fenómeno “el islam como noticia”. Un ejemplo claro es lo que sucedió cuando el semanal de actualidad canadiense Maclean’s publicó un polémico e islamófobo artículo escrito por Mark Steyn. En él, Steyn argumentaba que los musulmanes procrean más rápido que los mosquitos y que por lo tanto, pronto constituirían una mayor parte de la población Europea o, como él escribe, Eurabia. Cuando varios estudiantes de derecho musulmanes pidieron a la publicación que les concediera un espacio para responder a los argumentos expuestos por Steyn, la revista respondió que preferiría que la revista “cayera en bancarrota” antes que dejar que estudiantes musulmanes pudieran publicar una respuesta al artículo incendiario de Steyn allí.
Podemos encontrar otro ejemplo en el diario británico The Telegraph. En septiembre de 2014, Camilla Turner escribió un artículo titulado “Denuncian que las donaciones del gobierno al Foro de Organizaciones Benéficas Musulmanas son una locura”. El artículo anunciaba las “supuestas” conexiones entre el foro y los Hermanos Musulmanes. Utilizó la palabra “supuestas” ante cualquier afirmación que no pudiera demostrar, pero que aun así quería exagerar en su artículo para crear un mayor golpe de efecto, dando la sensación que las organizaciones musulmanas estaban colaborando con terroristas. ¿Cómo pudo hacerlo? Miren el siguiente extracto:
“Según un informe del laboratorio de ideas estadounidense Nine Eleven Finding Answers, cinco de estas organizaciones benéficas – Muslim Hands, Human Appeal International, Human Relief Foundation, Muslim Aid e Islamic Relief – participaron en las primeras etapas de la Unión del Bien (Union of Good), una organización para la recaudación de fondos que mantiene estrechos vínculos con los Hermanos Musulmanes, creada para recaudar fondos para la organización terrorista Hamás”.
Para entender las sutilezas de estas tácticas, debemos examinar la elección de palabras. Por ejemplo, “primeras etapas” indica que estas organizaciones ya no mantienen una relación con la Unión del Bien, aunque sí la tuvieron en el pasado. Lo más probable es que la tuvieran antes de que nadie supiese que estuvieran relacionadas con los Hermanos Musulmanes. En lógica, este razonamiento se conoce como la falacia del historiador: se ataca utilizando información disponible hoy en día, aludiendo a lazos que tu objetivo desconocía cuando actuó. Obviamente, Turner alegará que no estaba acusando Islamic Relief de estar involucrada en una organización “terrorista”, sino que simplemente estaba presentando hechos. Sin embargo, la finalidad es crear en el lector la falsa impresión de que las organizaciones islámicas mayoritarias tienen tratos con odiosos grupos “terroristas”, afirmando así la narrativa que considera a los musulmanes una quinta columna.
Lo que es mucho más desconcertante son las referencias a un “experto”, Sam Westrop. En realidad, se trata de un activista de derechas que apoya el partido euroescéptico británico UKIP y las políticas de Israel. Esta falacia lógica es conocida como el llamamiento a una falsa autoridad, es decir; se llama a un “experto” de credenciales dudosas para diseminar una idea. ¿Cuáles son las credenciales de Westrop?
Resulta que Westrop, un licenciado en musicología de 22 años, aparece como “director”, “miembro” o “fundador” de una serie de “laboratorios de ideas” que carecen de todo el rigor académico que se esperaría de un auténtico laboratorio de ideas y se dedica exclusivamente a defender los intereses de la derecha. Participa en campañas reaccionarias a favor de Israel, en contra de la inmigración y apoya a los euroescépticos. Westrop ha trabajado de cerca con una organización llamada Student Rights, que ha sido prohibida en varias universidades en el Reino Unido. Parece que la periodista no se da cuenta de lo irónico que es apoyarse en alguien con lazos a organizaciones prohibidas en el Reino Unido para pontificar sobre los “peligros del islamismo”.
A continuación facilito un ejemplo de 2011 de la diatriba venenosa de Westrop:
“Tenemos que atacar la raíz agresivamente y cortar la cabeza de la red de grupos e ideologías que trabajan contra Israel. No podemos quedarnos aislados y ser exclusivamente judíos. Tenemos que trabajar también con conservadores. Lo importante es estar a la ofensiva: avanzar con una lanza en lugar de temblar tras un escudo.”
La hostilidad de Westrop no se ciñe a los extremistas, sino que parece encajar en un discurso más amplio:
“Los árabes parecen románticos, sino curiosamente hostiles. Una mentalidad de odio muy irracional; una mentalidad de rebaño”.
Es traumático ver cómo los medios se pueden convertir en la mano derecha del fascismo. La islamofobia está en los niveles más altos jamás vistos e incluso vemos a periodistas, como la presentadora Cathy Newman, jugar con los miedos de la población y alimentar el fuego con su falsa representación de las comunidades musulmanas.
El uso de titulares reaccionarios e incendiarios y la cada vez mayor falta de honestidad en los informativos nos deja con un mal sabor de boca. Por otro lado, la forma de informar sobre los musulmanes reflejan el problema del sensacionalismo de la prensa contemporánea: dan más valor a la tinta que a la sangre.
Los continuos y sórdidos intentos de incitar al odio contra una minoría acaban en agresiones físicas y será la comunidad musulmana la que acabe llevándose la peor parte, como ya se vio en el tiroteo de Chapel Hill de febrero de 2015.
El lector acaba saturado por una imagen de los musulmanes y el islam, mientras que ignora totalmente la perspectiva y narrativas contrarias. Al no conocer discursos opuestos a la narrativa antimusulmana, acaba aceptándola como verdad.
Los musulmanes y el terrorismo: ¿inseparables?
¿Cuándo dejamos de hablar de violencia y empezamos a hablar de terrorismo? ¿Quién decide cuándo se trata de uno u otro fenómeno? La diferencia entre ambos términos es política: “violencia” es neutro y descriptivo, mientras que el término “terrorismo” está cargado política e ideológicamente. Los criterios, según los medios de comunicación mayoritarios, se centran en una pregunta esencial: ¿era el agresor musulmán? No importa cuáles pudieran ser los motivos o justificaciones ideológicas del acto violento. Extremistas cristianos, movimientos nacionalistas y otras acciones racistas violentas están excluidos de la categoría “terrorismo”; los musulmanes no. De hecho, la llamada “guerra contra el terrorismo” sirve como una coartada tras la cual se suprime toda idea, discurso o acción que esté más allá de la ideología secular liberal imperante. En realidad, el sesgo mediático a la hora de informar sobre el islam no ha sido causado por los ataques del once de septiembre, ni se basa exclusivamente en información tergiversada. En su lugar, las raíces de este sesgo pueden remontarse a los inicios del discurso antimusulmán orientalista, que construyó la identidad de Occidente y sigue formando parte de su discurso. Su premisa básica es la superioridad de Occidente ante todos los demás. Occidente tiene democracia, racionalismo y ciencia, mientras que los demás no. Occidente ha madurado mientras que los demás dependen de él. Edward Said trató estos aspectos en detalle en Cubriendo el islam: Cómo los medios de comunicación y los expertos determinan nuestra visión del resto del mundo (Said, 2011).
Los medios de comunicación han sido incapaces de estar a la altura de sus obligaciones. Esto ha tenido un impacto importante en las comunidades musulmanas. La guerra contra el terrorismo ha privado a los musulmanes de todas las organizaciones y medios a través de los que expresarse, lo que a su vez alimenta el extremismo. Así pues, estamos en un círculo vicioso.
¿Qué hacer?
Edward Said observó que “las naciones son narraciones” (Said, 2018). La narrativa es un reflejo de las estructuras de poder y esto queda especialmente claro en el retrato de los musulmanes que hacen medios de comunicación mayoritarios. Se convierte así en un asunto crucial. Hay varias cosas que los musulmanes pueden y deben hacer para oponerse a esta narrativa y por lo tanto a la estructura de poder que emana de ella.
La primera es leer las noticias de forma crítica y no creérselo todo «a pies juntillas». Investigar los hechos, separarlos de la línea editorial y examinar a los “expertos” en cuyas opiniones se apoyan. Muy a menudo, intereses y prioridades confluyen en la selección y perspectiva de las noticias.
En segundo lugar, los musulmanes deben proponer una contra-narrativa utilizando todos los medios que les están al alcance, incluyendo blogs, redes sociales e incluso pequeños periódicos comunitarios.
Finalmente, los musulmanes deben desarrollar competencias y conciencia política. Entender la maquinaria política permite lograr los propios objetivos y además lleva a una conciencia de la propia situación, al igual que aprender a situar lo que se lee y escucha en su contexto histórico, historio-gráfico, ideológico y filosófico. Si aprendemos a entender todos estos factores, sabremos desarrollar una respuesta adecuada y conmensurada.
Traducido por Leandro James Español Lyons en el marco de un programa de colaboración de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada y la Fundación Al Fanar.