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El feminismo no es patrimonio europeo ni occidental

Artículo de Lurdes Vidal y Aida Traidi (IEMed) publicado en la edición impresa del diari ARA el 7 de marzo de 2022

 

En 1948 Iraq concede el derecho de voto a las mujeres. En España, después de los lapsos republicanos, tendrán que esperar hasta 1977. En 1957 Túnez consagra el derecho al divorcio también para las mujeres. En España no será hasta 1981, pese a las breves excepciones de la República. Desde 1973 el aborto es legal en Túnez. En España no lo será hasta 1985. Ahora bien, hecha esta reveladora comparación, es innegable que los indicadores de desigualdad entre hombres y mujeres en el mundo árabe están aún entre los peores.

 

Sin embargo, el feminismo no es patrimonio europeo ni occidental. De hecho, los movimientos feministas tienen una larga historia en el mundo árabe y musulmán, una historia desconocida o expresamente omitida, de movilizaciones y luchas contra la colonización, la ocupación, el patriarcado y el autoritarismo persistente. Una historia marcada por grandes traiciones, como la de las revolucionarias iraníes de 1979, y por grandes batallas por la igualdad de derechos; una historia con pocas victorias y muchos retrocesos. También el feminismo en el Sur es diverso, como lo es en nuestro país, y adopta formas y estrategias diferentes. El feminismo tradicional laico ha sido la base principal de la lucha por ganar igualdad en derechos, sobre todo en aspectos jurídicos. Paralelamente, el feminismo islámico apuesta por una lectura desde el paradigma islámico, con una interpretación no patriarcal y un impacto más allá de entornos de mayoría musulmana.

 

La realidad es que desde los países occidentales se omite esta realidad feminista y se tiende a tildar a las mujeres árabes y musulmanas de sujetos pasivos sin capacidad de agencia, enclaustradas bajo un velo que se convierte en el elemento central de los discursos sobre la región y que, de rebote, alimenta el racismo y la islamofobia. Esta representación como víctimas pasivas anula automáticamente la consideración y complicidad con las mujeres que luchan no sólo contra la discriminación de género sino también contra la falta de libertades y de respeto a los derechos fundamentales. Éste es el cruce fatal que muchas veces se ignora: aparte de la religión, ¿hasta qué punto es responsable el autoritarismo de preservar o fomentar una discriminación contra las mujeres históricamente arraigada en las dos orillas del Mediterráneo?

 

De hecho, muchos regímenes políticos autoritarios han utilizado la cuestión de manera oportunista e instrumental para sus intereses de promoción o supervivencia: reprimir a las mujeres es reprimir el ejercicio de ciudadanía, sin duda, pero cooptar a las mujeres y presentar una fachada externa de cara a Occidente de “reformismo feminista” es un “blanqueo” que convierte a las dictaduras en regímenes más aceptables.

 

Esta misma hipocresía se produce en el corazón de las democracias occidentales, cuando justifican una guerra en nombre de las mujeres, para salvarlas de las servidumbres de un régimen religioso. Como George W. Bush hizo con Afganistán en 2001 o François Hollande a la hora de justificar la intervención en Malí. La idea de ir a la guerra para “salvar a las pobres mujeres musulmanas” no deja de ser una forma de infantilizar y victimizar a las mujeres musulmanas, y si sólo por eso es cuestionable, cuando se desvelan las intenciones reales de estas intervenciones militares la honorable misión del caballero cristiano salvador queda aún más en entredicho.

 

No hace falta salvar a nadie. Las mujeres ya se salvan solas. Son valientes, competentes, capaces, determinadas. Sólo hace falta replantearse si nuestras alianzas en la región contribuyen a reforzarlas o, por el contrario, lo que refuerzan son aquellos sistemas políticos que quieren sofocarlas. Pensamos en salvar a musulmanas mientras no vemos el impacto que movimientos como el #MeToo han tenido en los países árabes. #EnaZeda en Túnez y #AnaKaman en Egipto y Líbano han creado un nuevo espacio donde miles de víctimas rompen el silencio dictado por las normas patriarcales, hacen visibles casos de acoso sexual e incluso sentencias sin precedentes.

 

La antropóloga Lila Abu Lughod fue la primera en denunciar la instrumentalización de las mujeres para justificar guerras y agresiones: guardadnos, pues, de ser salvadas. Decía la escritora egipcia Nawal al-Saadawi que antes de “desvelar” el pelo había que “despertar” las mentes de todos, principalmente de los autócratas en el poder pero también las mentes occidentales que se empeñan en no ver las “mujeres valientes” de quien nos habla Txell Feixas en su libro, y que encontraremos si queremos ver más allá de nuestros propios prejuicios y velos mentales.

 

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