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Seamos claros: los musulmanes no somos ni buenos ni malos, simplemente somos humanos

Publicado por Farah Elahi, en The Guardian, el 14 de noviembre de 2017.

 

Hace veinte años, un informe sobre la islamofobia describió cómo los estereotipos dañan a los musulmanes en el Reino Unido. Un nuevo informe indica que la situación ha empeorado.

 

Cuando tenía trece años, la policía recomendó que mi escuela permaneciese tres días cerrada. Era una escuela religiosa musulmana y tras los atentados del 11 de septiembre temían que la escuela fuese atacada. El incremento en los delitos de odio y agresiones a mujeres y niñas musulmanas, fácilmente identificables, indicaban que se trataba de un riesgo real. Sin embargo, como niña, me resultaba difícil entender por qué la gente asociaba a un grupo de alumnas de instituto con esos acontecimientos lejanos.

 

De niña era muy tímida y siempre intentaba ser buena. Sin embargo, todos mis años de niña buena parecían estar en conflicto con el mensaje dominante sobre los musulmanes: pervertidos, sospechosos y, en el caso de las mujeres, desprovistas de iniciativa. La visión que yo tenía de mí misma no encajaba con la que tenían los demás. En los últimos dieciséis años, me he preguntado y he reflexionado mucho sobre qué significa ser buena, pero también acerca de los diferentes mitos que existen sobre los musulmanes.

 

La principal dificultad es lo mal entendida que está la islamofobia. En lugar de centrarse en el daño que se hace a los musulmanes británicos, se suele argumentar que es imposible ser racista con una serie de ideas. Está claro que se puede ser crítico con las creencias y, de hecho, gran parte del debate se produce dentro de las comunidades musulmanas. Pero eso es algo muy diferente de la caracterización de los musulmanes que les niega la posibilidad de definir su propia identidad. Contradice la premisa misma del derecho a no ser discriminado: poder ser juzgado por los atributos individuales de cada cual y no en base a la categoría que se le atribuya.

 

Otra dificultad es que la llamada “comunidad musulmana” se entiende como homogénea, fuera de y en contradicción con la británica. Veinte años después de que el Runnymede Trust publicase su revolucionaria investigación sobre la islamofobia, un nuevo informe busca llevar el debate más allá, e identifica el fenómeno no ya como un asunto abstracto de cultura sino como lo que es: racismo antimusulmán. Tenemos que llevar la atención a la negación de la dignidad, de los derechos y de las libertades en toda una serie de instituciones políticas, económicas, sociales y culturales. El informe analiza el impacto de la islamofobia sobre individuos y grupos en varios ámbitos, entre los que están el empleo, la sanidad, la estrategia antiterrorista, los delitos de odio y la integración. Pone el foco sobre las personas y establece diez recomendaciones para el gobierno, los medios, la sociedad civil, las autoridades locales y todos destinadas a combatir la islamofobia.

 

Pero también queremos resaltar que se trata de un debate sobre gente.

 

El goteo constante que representa la demonización de las comunidades musulmanes permea las experiencias de individuos. Se manifiesta cuando buscan trabajo y su currículum es rechazado porque se piensa que “no encajarán”; cuando van al médico y se encuentran con que el personal da por hecho cosas sobre su estilo de vida y su familia “conservadora”; cuando nadie se siente a su lado en el metro o cuando son agredidos verbal o físicamente por parecer musulmanes. Cuando a una estudiante universitaria le preocupa que piensen que es una terrorista si no elige con mucho cuidado sus palabras al hablar de política de Próximo Oriente.

 

Todos los musulmanes pueden dar ejemplos de cómo la islamofobia les ha afectado a ellos o a alguien que conocen. Uno de los incidentes que más me sigue afectando tiene que ver con una antigua alumna que, en el momento de los hechos, no había cumplido los doce años. Cuando iba al colegio, un hombre le dio una bofetada mientras le profería insultos antimusulmanes. El resto de los adultos del vagón no hizo nada. Es difícil que una niña de once años entienda por qué le pasó eso. Pero el hecho de comprender que la islamofobia es una forma de racismo puede darle las herramientas necesarias con las que enfrentarse a los prejuicios y a la discriminación.

 

No deberíamos atribuir responsabilidad colectiva a delitos en base a la identidad de grupo. Pero también deberíamos dejar de demostrar la valía de individuos musulmanes en base a lo rápido que corren, lo bien que cocinan o cuánto dinero dan a la caridad. Los musulmanes británicos no son excepcionales, ni por sus virtudes ni por sus defectos. Simplemente somos humanos.

 

Farah Elahi es investigadora en Runnymede, un laboratorio de ideas sobre la igualdad racial independiente.

 

Traducido del inglés por Leandro James Español Lyons en el marco de un programa de colaboración de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada y la Fundación Al Fanar.

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