El énfasis en el velo puede dar la impresión de que la relación entre vestimenta y religión es sólo cuestión de mujeres, o del islam, o de minorías que no se ajustan a las modas occidentales ni a nuestras formas de encarnar en nuestros cuerpos los valores y creencias en las que vivimos. Nada más lejos de la realidad.
En 2022 las mujeres iraníes protestan en las calles de Teherán porque no se les permite descubrirse la cabeza. En la década de los 70 del siglo pasado protestaban porque no se les permitía cubrirse. Entonces la policía las acosaba en la calle y en las comisarías, obligándolas a destapar su cuerpo. Hoy la policía las acosa en la calle y en las comisarías por no taparse. Aunque parezcan casos opuestos, la cuestión tanto ayer como hoy es exactamente la misma: el control público del cuerpo de las personas, que en el caso de las mujeres parece más evidente. Los debates sobre el velo de las musulmanas en Europa han concentrado buena parte de las reflexiones colectivas sobre la vestimenta y las creencias, y desde hace un tiempo existen excelentes análisis sobre el asunto, algunos bastante célebres como los de Lila Abu Lughod (Veiled sentiments, 1986), el de Saba Mahmood (Politics of Piety, 2005) o el de Ángeles Ramirez (La Trampa del Velo, 2011) en España, que son sólo algunos muy conocidos de una literatura realmente vasta hoy en día. El énfasis mediático y académico sobre esta cuestión, sin duda justificado por la importancia política que tiene, puede dar, sin embargo, la impresión de que la relación entre vestimenta y religión es sólo una cuestión de mujeres, o del islam, o de minorías que no se ajustan a las modas occidentales ni a nuestras formas específicas de encarnar en nuestros cuerpos los valores y creencias en las que vivimos. Pero nada más lejos de la realidad.
La interacción entre la cultura religiosa y el vestido es una expresión de la regulación de la conciencia y de la vida social que está presente en todas las grandes religiones mundiales, y también en las formas socialmente más extendidas de increencia. La prensa ha dado a conocer otros casos, menos famosos, de controversias relacionadas con la vestimenta y el adorno religioso como las que han rodeado a los hombres sijs que son despojados de sus turbantes y sus kirpan en los aeropuertos, o a los hombres judíos que han sido despedidos de sus trabajos por negarse a retirar la kipá de su cabeza. Estos y otros casos se han explorado a menudo desde una perspectiva jurídica, imprescindible para valorar y resolver los casos concretos que se presentan, y también para establecer normativas claras y justas que faciliten la convivencia en una sociedad plural. Sin embargo, esas normas no deben entenderse sólo como respuestas para unas comunidades o casos concretos, sino como una ventana a la importancia y el alcance antropológico de la relación general entre vestido y religiosidad. En este sentido, tampoco deberíamos ver el adorno y la vestimenta religiosos como problema de unas comunidades específicas, sino como cualquier otra expresión pública de las convicciones que, naturalmente, importa a todas las personas, pues todas tenemos cuerpos que vestir y adornar.
Lo sagrado, lo profano y la ropa
Las industrias y servicios asociados a la moda han logrado que nuestra atención a este tema esté guiada casi únicamente por su publicidad y sus intereses cambiantes. De manera que la indumentaria y el adorno, así como la desnudez también, parecen ser básicamente frivolidades hasta que aparece algún conflicto, y entonces caemos en la cuenta de que hay normas sociales, valores y creencias profundamente arraigadas, a veces inconscientes, que hacen que la ropa signifique mucho más de lo que parece. En ningún área mejor que en las religiones podemos ver la profundidad del significado de la ropa. De hecho, todas las grandes religiones presentan algún tipo de regulación de la vida social que se expresa en forma de vestimenta, empezando por el uso del atuendo para visibilizar la separación social (y espiritual) de los individuos consagrados respecto a los seculares, lo que es propio de las confesiones con fuertes monacatos, como el catolicismo, el cristianismo ortodoxo o el budismo. Entre los símbolos más populares del monacato budista se encuentran, sin duda, las túnicas y el rapado del cabello. En el caso del catolicismo, la condición sagrada de la persona se aprecia de forma más llamativa en las ropas ceremoniales, que constituyen un código de vestimenta institucional muy elaborado que es, además, un caso de moda fosilizada, como señala la antropóloga Linda Arthur en su interesante recopilación Undressing Religion (2000).
En el caso de las confesiones que rechazan el monacato, como el islam o el evangelismo, la vestimenta puede expresar un esfuerzo por sacralizar el mundo (profano), de forma que el propio cuerpo se convierte en un mensaje moral. En realidad, este uso es bastante común porque los espacios mundanos son mucho más numerosos que los espacios sagrados, y en esos espacios no sagrados es en los que la religiosidad adquiere un mayor significado como elemento de distinción personal y comunitaria. Como elemento de distinción personal, la vestimenta y el adorno son formas de expresar la propia piedad y el compromiso público de las personas con las doctrinas. En este sentido, hay religiones en las que vestimenta y adorno se han convertido en un complejo código social para expresar la posición de las personas en la estructura social. Las tradiciones de yazidíes y drusos prescribían detalles muy elaborados acerca del tapado de la cabeza, el volumen y estilo de la barba, los colores de la ropa, la desnudez de la cara, del torso, de las piernas, el tipo, tamaño y cantidad de abalorios que usarán (o no) en orejas, tobillos, muñecas, narices, e incluso el tipo de bordado de la ropa. Y todo ello dependiendo de si se trata de menores de edad o mayores, si son hombres o mujeres, sus oficios familiares, su riqueza o sus vínculos políticos. Pero tanta complejidad no es común. Lo más extendido es, como en el caso del islam y del cristianismo, que unas pocas pautas representen suficientemente la piedad y el compromiso público del creyente. Esto es lo que ejemplifican con el velo y barba islámicos, pero también el uso de símbolos cristianos ostensibles, que también fueron objeto de amplia polémica especialmente en Francia, con las leyes de 2004.
Como elemento de distinción colectiva, la indumentaria también sirve para visibilizar la pertenencia e identidad comunitarias, lo que es especialmente importante para algunas comunidades cuando se encuentran en situación de ser una minoría en una sociedad plural o mayoritariamente de otra confesión. Sombreros, barbas, turbantes, tocados, delantales, puñales, peinados, afeitados, etc. son parte de la vida cotidiana de grupos como los sijs, los judíos hasidíes o los anabaptistas amish y menonitas. El judaísmo, como señala Linda Arthur, se basa en la idea de que la existencia de las personas tiene como fin glorificar a dios, lo que convierte el ir vestido “apropiadamente” en un deber religioso. Moisés prohibió la desnudez y también prohibió llevar indumentarias no judías, intentando prevenir la asimilación cultural y religiosa. Estas ideas se han reactualizado entre los judíos conservadores que procuran vestir de modo que se diferencie su identidad de otras a simple vista, y argumentos similares se encuentran en los otros grupos. En estos casos, no se trata de una afirmación solamente política de la presencia de la comunidad, sino que la vestimenta y el adorno se convierten en una forma de expresar que la propia comunidad es de alguna forma sagrada para sus fieles.
Decisiones personales y pluralismo
Aunque la dimensión colectiva es fundamental, no todas las personas que se adscriben a una confesión tienen que vestirse y acicalarse de la misma forma para ser consideradas religiosas o pertenecientes a su comunidad de fe. Esta cuestión es importante en las sociedades poco acostumbradas al pluralismo religioso porque es una forma banal y dolorosa de sojuzgar la fe de las personas en función de su ropa, o de los estereotipos populares acerca de cómo una persona religiosa debe vestir. En este sentido, una de las quejas más comunes de las jóvenes musulmanas que no usan hiyab es que los no musulmanes les dicen cosas como “tan musulmana no serás si no llevas velo”, o “no pareces musulmana”, asumiendo que deben velarse para ser consideradas plenamente musulmanas, lo que es una intromisión en las creencias ajenas, y una confesión de ignorancia. A petición de algunas de las musulmanas que han tenido la generosidad de compartir conmigo sus experiencias, ruego a quien lea esto que no sigamos haciendo estas cosas más. En las sociedades plurales, por el hecho de ser plurales, nos encontramos en contextos en los que cada persona puede libre e individualmente elegir si su ropa va a expresar sus creencias religiosas, su posición social, sus gustos musicales o su tendencia política, si fuera el caso.
La idea de que los fieles de una confesión, especialmente si es minoritaria, deben identificarse visiblemente por la calle es un eco infeliz de la convivencia interreligiosa de la Europa de los siglos XIV en adelante, cuando esta presión se ejerció especialmente sobre la población judía, a quien se obligó a vestir según la moda cristiana en algunos aspectos, pero con prohibiciones y adornos específicos que indicaran su condición judía. Este tipo de regulaciones también han existido en otros lugares del mundo, pero Linda Arthur pone especial atención en el caso de India, donde podemos encontrar algo quizá inesperado. A pesar de la conocida importancia de las castas en el sistema tradicional de la región, el hinduismo es, en realidad, una amalgama compleja de comunidades, tradiciones y creencias, y es, por tanto, un ejemplo también de pluralismo histórico. En este marco, las personas (aunque más generalmente los hombres) no han estado necesariamente constreñidas a expresar su devoción a través de su vestimenta y adorno, sino que han podido elegir entre priorizar la expresión del nivel de piedad, o de la casta o de las varias divinidades de la que se puede mostrar devoción, y cada una de las cuales tendrá asociados sus colores y símbolos específicos. El caso del hinduismo es tan plural y peculiar que una de las imágenes más conocidas de expresión de la fe a través de la indumentaria consiste en el desnudo total de los nagasadhu, los hombres santos vagabundos, devotos de Shiva, que expresan mediante la desnudez su sagrado desapego del mundo. Aunque hay mujeres sadhu (sadhvi), la desnudez no es su señal de identidad.
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Se puede leer el informe completo en la web del Observatorio