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Así fomenta la retórica anti-musulmana la “guerra contra el terrorismo” imperialista

Publicado por Mobashra Tazamal en The Bridge el 4 de junio de 2018

 

Nueve días después de los atentados de 11 de septiembre de 2001, el presidente George W. Bush declaró la “guerra contra el terrorismo”. En este discurso clave, el ex presidente estadounidense prometió defender las libertades en su país frente al terrorismo, pero apuntó que no era “solo una lucha de Estados Unidos” sino más bien del mundo entero, “una lucha de civilizaciones”.

 

El discurso dibujó una dicotomía del nosotros contra ellos, basada en la narrativa del “Choque de Civilizaciones” promovida por estudiosos como Bernard Lewis y Samuel Huntington. Esta narrativa, que sigue influyendo a pesar de haber sido refutada y criticada por incontables expertos e investigadores, plantea que hay dos entidades abstractas, definidas como la “civilización occidental” y la “civilización islámica”, y que, inevitablemente, estas dos chocarán debido a sus supuestas “diferencias culturales, es decir de valores básicos y creencias.” Huntington afirmó que las fronteras del islam están “llenas de sangre” y que es una religión incapaz de adoptar ideas liberales como “el pluralismo, el individualismo y la democracia.” Este tipo de narrativa, fundamentada en las creencias orientalistas que han alimentado gran parte de la política exterior estadounidense, define Oriente Próximo como una región violenta, inestable, bárbara y retrasada.

 

George W. Bush hizo referencia a esta afirmación de sistemas de valores encontrados cuando declaró que la lucha contra el terrorismo tras el 11-S era la de todos aquellos que “creen en el progreso y el pluralismo, la tolerancia y la libertad”. Con la aprobación casi unánime del Congreso del uso de la fuerza (tan solo una congresista votó en contra) el ejecutivo tenía poderes ilimitados para llevar a cabo una guerra sin límites geográficos ni temporales. Bush declaró que esta guerra iría en contra de cualquier nación que diera “cobijo o ayuda al terrorismo”. El planteamiento de dos bandos enfrentados quedó plasmado en sus declaraciones: “o estás con nosotros, o estás con los terroristas”. La guerra contra el terrorismo coincidió con la construcción de un discurso que equipara a los musulmanes con los terroristas.

 

Bush declaró que la “guerra contra el terrorismo empieza con Al Qaeda, pero no termina allí. No terminará hasta que cada grupo terrorista de alcance global haya sido encontrado, detenido y destruido”. Deepa Kumar apuntó que “este tipo de retórica defendía que el enemigo “islamista terrorista” debía ser combatido tanto en Estados Unidos como en el extranjero.

 

En su libro, la Islamofobia y la política imperial, Deepa Jumar arguye que, tras el 11S, “La islamofobia se estaba convirtiendo en la criada del imperio”. Kumar da un repaso histórico a la “amenaza musulmana” que acecha a Occidente. Rastrea los orígenes de este argumento en el siglo XI, en el contexto de la cruzadas, cuando los musulmanes eran considerados una amenaza para la Europa cristiana. A pesar de haber recabado información precisa sobre los reinos musulmanes, los gobernantes europeos “utilizaban la retórica corrosiva de la Guerra Santa para motivar las cruzadas”, una campaña violenta para retomar los lugares santos de manos de los musulmanes. Cinco días después del 11-S, Bush describió la lucha contra el terrorismo como una “cruzada”, una referencia a ese pasado violento que algunos consideraron una prueba de que se trataba de una guerra religiosa. El Pentágono dio más legitimidad a estos argumentos al bautizarla “Operación Justicia Infinita”. Todo ello reforzó la narrativa del choque de civilizaciones utilizado para enmarcar las relaciones entre Oriente y Occidente.

 

Kumar argumenta que “el prejuicio contra los musulmanes se construyó de forma consciente y fue utilizado por la élite gobernante en momentos concretos”. Lleva este argumento a la época colonial, que está “integralmente ligada” y justificada por el cuerpo de investigación denominado “Orientalismo”. Esta tendencia promovía y sigue promoviendo mitos sobre los musulmanes y el islam, entre los que están la naturaleza monolítica del islam, su sexismo inmanente, la ineptitud de la “mente musulmana” para razonar, la violencia inherente a esa religión y la incapacidad de los musulmanes para la democracia y el autogobierno.

 

En 1990, Lewis, que fue quien acuñó el término “choque de civilizaciones”, promovió estos mitos, argumentando que la “cultura religiosa del islam da lugar a una mezcla de rabia y odio”. Lewis fue consejero del ex vicepresidente estadounidense Dick Cheney, que impulsó la guerra en Iraq. La Casa Blanca utilizó otros estudios orientalistas, que formaron la imagen que la Administración tenía de los árabes (término que utilizaban como sinónimo de musulmanes): “uno, que los árabes solo entienden la fuerza y dos, que la mayor debilidad de los árabes es la vergüenza y la humillación.”

 

En su discurso del estado de la Unión de 2002, Bush mantuvo el enfrentamiento de “ellos contra nosotros” identificando Iraq, Irán y Corea del Norte, a los que bautizó “El eje del mal”, como el “ellos”. Ese mismo año, según un artículo del periodista Anton La Guardia del diario británico The Telegraph, funcionarios británicos admitieron que se incluyó a Corea del Norte para “evitar que se dijese que Estados Unidos solo atacaba países musulmanes”. En su discurso, Bush criticó sobre todo a Iraq, país al que acusó de apoyar el terrorismo y de estar desarrollando armas nucleares. Sin pasar por el derecho internacional ni la diplomacia, Bush inició una “guerra preventiva” contra Iraq, alegando que el “precio de la indiferencia sería catastrófico”. El entonces secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, trató de demostrar ante la Asamblea de las Naciones Unidas que el país árabe estaba desarrollando armas de destrucción masiva, apoyándose en gráficos e imágenes por satélite de las “posibles” ubicaciones de las armas.

 

Menos de dos años después del discurso de Bush ante el Congreso y menos de tres desde que empezaran los bombardeos en Afganistán, Estados Unidos utilizó la fuerza contra otro país de mayoría musulmana, con la excusa de la guerra contra el terrorismo. El pretexto de las supuestas armas de destrucción masiva desarrolladas por el presidente iraquí, Sadam Husein, fue suficiente para iniciar una guerra que provocó un vació de poder y el auge de nuevos y letales grupos militantes. Las muertes causadas por este conflicto se estiman entre cien mil y un millón de civiles iraquíes. Antes de la invasión, los neoconservadores de la administración de Bush empezaron a alimentar miedos de un supuesto ataque inminente por parte de Iraq, alegando que el gobierno iraquí estaba desarrollando armas de destrucción masiva. Cuando quedó claro que esas alegaciones eran falsas, el gobierno de Bush afirmó que el motivo de la guerra era promover la democracia. Paul Krugman, columnista de The New York Times, argumentó que esos pretextos no significaban nada y que “Estados Unidos invadió Iraq porque el gobierno de Bush quería una guerra”.

 

Diecisiete años más tarde, la predicción de Bush de una “campaña larga, diferente a cualquier otra hasta el momento” parece haberse cumplido. Las operaciones tanto manifiestas como encubiertas del ejército estadounidense continúan hoy por todo el mundo en los países de mayoría musulmana: Iraq, Afganistán, Yemen, Paquistán, Libia y Somalia. La guerra contra el terrorismo sin límites geográficos ni temporales ha conseguido una mayor inestabilidad en el mundo: Estados fallidos, la mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial, millones de muertes y vacíos de poder que causan más violencia política.

 

Miembros del gabinete de Trump, como el consejero de seguridad nacional, John Bolton, han expresado su deseo de utilizar la fuerza contra Irán, alegando que el país está desarrollando armas nucleares y da cobijo a terroristas. El gobierno de los Estados Unidos anunció recientemente que se retiraba del acuerdo nuclear iraní y que restituía las sanciones contra Irán, arguyendo que estas medidas “harán de Estados Unidos un país más seguro”. Como argumenta la estudiosa Maha Hilal, la lucha contra el terrorismo solo ha tomado como blanco a los musulmanes y el sentimiento anti-musulmán, presente en toda la retórica de lucha contra el terrorismo, se ve apoyado por un reciente estudio del que se hacía eco The Nation, en el que se demostraba que los prejuicios contra los musulmanes juegan un papel importante en la política internacional estadounidense. El estudio descubrió que aquellos que consideran que los musulmanes son violentos eran más proclives a apoyar una guerra contra Irán: “Entre los que creen que la palabra “violento” describe a los musulmanes “extremadamente bien”, el 46% apoya bombardear Irán mientras que un 24% está en contra. Entre los que afirman que la palabra “violento” no describe a los musulmanes “nada bien”, el 21% apoya bombardear Irán y el 44% se opone.

 

George W. Bush declaró la guerra al terrorismo en 2001, una guerra que llegaría a cualquier país que apoyara el terrorismo. La retórica que apoyaba esta guerra apuntaba a la ideología “islamista” como la causa del terrorismo. Han aparecido nuevos estudios que defienden que las reivindicaciones políticas son los principales motivadores del terrorismo, no la ideología. Sin embargo, los argumentos a favor de continuar con esta “guerra contra el terrorismo” sin fin se fundamentan en siglos de estereotipos anti-musulmanes, especialmente los que afirman que el islam promueve la violencia. Kumar provee el contexto histórico y explica cómo estos estereotipos fueron construidos por las élites para apoyar sus conquistas. Diecisiete años después del inicio de la guerra, estas opiniones prevalecen: casi la mitad de los estadounidenses cree que es más probable que el islam fomente la violencia que cualquier otra religión. Las élites se aprovechan de estos sentimientos y promueven los estereotipos anti-musulmanes, mientras argumentan a favor de más guerras contra países de mayoría musulmana.

 

Mobashra Tazamal es un investigador de The Bridge Initiative

 

Traducido del  francés por Leandro James Español Lyons en el marco de un programa de colaboración de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada y la Fundación Al Fanar.

 

 

 

 

 

 

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