Facebook y el bosque

Publicado por Steve Bryant, en medium.com, el 11 de marzo de 2018.

 

Por qué intentar gestionar las cosas de manera perfecta suele acabar matándolas.

 

“El arte de gobernar es en gran medida un proyecto de colonización interna”, James C. Scott

 

En Prusia, hace mucho tiempo, por la época de la guerra de los Siete Años, el rey ordenó que se midieran los bosques. Los oficiales de hacienda se habían dado cuenta de que había una escasez de madera alarmante. Eso significaba menos ingresos, lo que a su vez suponía menos mosquetes, mosquetones y picas y por lo tanto menos victorias contra Austria, Francia y Rusia.

 

El problema, tal y como lo veían los oficiales prusianos, era que muchos de los viejos bosques de roble, olmo, haya y abeto se habían degradado por la tala, y los métodos del reino para predecir el crecimiento del bosque (dividir los bosques en parcelas y suponer que todas iban a dar la misma cantidad de madera) eran inadecuados.

 

Así pues, se decidió asignar la tarea de medir los bosques de forma precisa a un equipo de guardabosques y científicos, entre los que se encontraba Johann Beckmann, al que hoy recordamos por haber acuñado el término “tecnología”. La tarea que se le encomendó fue predecir los ingresos midiendo el número y crecimiento de una población de árboles muy diversa.

 

Para ello, Beckmann caminó por una parcela de bosque con varios asistentes, llevando cajas de clavos de diferentes colores que se correspondían con cinco tamaños de árbol diferentes. Los asistentes fueron clavándolos en la corteza según correspondía hasta que todos los árboles de la parcela estuvieron marcados. Después, calcularon el número total de árboles por tamaño de la parcela, restando el número de clavos restantes a los que había al principio.

 

Partiendo de la clasificación anterior, los guardabosques pudieron calcular el volumen medio de madera que daba cada categoría de árbol y, por lo tanto, qué ingresos podía esperar el Estado de cada uno de ellos. Contando el número total de árboles, pudieron calcular los beneficios totales de una parcela de bosque.

 

Los guardabosques empezaron a elaborar tablas complejas con la información de bosques enteros, incluyendo estimaciones sobre el número de árboles, su crecimiento y los beneficios que daban.

 

Midieron el crecimiento de abetos, olmos y robles y así pudieron calcular datos para grandes extensiones de bosque en un solo papelito. En otras palabras, podían ver el bosque porque veían los árboles.

 

Pero no se quedaron ahí. Algunos árboles rendían beneficios mayores, así que se dedicaron a plantar esas variedades hasta crear un bosque todavía más fácil de inventariar y manipular. Transformaron los variados y caóticos viejos bosques en un bosque nuevo y uniforme que, tal y como informa James C. Scott en Seeing like a State (“Ver como un estado”): “se parecía mucho a las cuadrículas administrativas que se utilizaban para medirlo”. En otras palabras, la disposición de los árboles era muy similar a las tablas que se utilizaban para contarlos. Se podría decir que tomaron la medida de los árboles y, después, los árboles se convirtieron en su medida.

 

Para crear nuevos bosques, los científicos desbrozaron todo. Plantaron árboles en filas y columnas, como si fueran un batallón de soldados. Cuando talaban una fila, plantaban otra idéntica en su lugar.

 

De este modo, todo fue mucho más sencillo desde el punto de vista de la gestión. Desbrozar era más fácil, ya que sabías lo que te interesaba y lo que no. Talar era más fácil, ya que sabías cuándo un árbol era valioso y cuándo no, además de saber dónde estaba. Plantar, medir y pronosticar era más fácil, ya que sabías dónde plantar, el tamaño medio de los árboles y su velocidad de crecimiento.

 

Toda esta simpleza era también sencilla de mantener. Los asistentes, que apenas habían sido formados, podían caminar por el bosque anotando el tamaño, las variaciones o las enfermedades de los árboles. También se hizo más fácil llevar a cabo experimentos sobre un grupo de árboles. La ciencia de silvicultura, tal y como lo cuenta Scott, fue un intento de hacer que los bosques fueran “legibles” por el Estado. Con todos los datos sobre los bosques recogidos ordenadamente, el reino de Prusia podía hacer pronósticos más exactos sobre los ingresos, evaluar impuestos, controlar la agricultura y gobernar a la población. El Estado podía literalmente leer los bosques en un pedazo de papel.

 

Es una demostración de la vieja máxima: no puedes mejorar lo que no mides.

 

 

No hay que dar un salto muy grande para imaginarse cómo las técnicas de ese Estado europeo del siglo XVIII son utilizadas por las empresas de Silicon Valley en el siglo XXI. Sin embargo, mientras los ingresos de los Estados estaban ligados a la medición de la tierra, los beneficios de Facebook, Google o Amazon están relacionados con la medición de la mente.

 

“Organizar la información y hacerla universalmente accesible y útil” es simplemente la aplicación, por parte de Google, de la ciencia de la silvicultura a las páginas web, los libros, los mapas y el interés humano en ellos.

 

O pensemos en el mantra de Facebook: “conectar a las personas del mundo”. De primeras, es cierto y útil. Pero es cierto y útil de la misma manera que lo es categorizar árboles con clavos de colores. No es difícil imaginarse a un Zuckerberg del siglo XVII clamando por otras invenciones organizativas del momento, como el sistema métrico en Francia (“¡Escuchad! Que medirlo todo en centímetros os conecta con el pueblo de al lado”) o en Inglaterra imponiendo apellidos a la población (“¡Escuchad! Que apellidarse Robertson os conecta con todos los demás Robertsons”).

 

Sí, el sistema métrico reemplazó varios sistemas de medidas locales y permitió el comercio entre ciudades. Y también permitió gravar ese comercio. Y sí, los apellidos hicieron más fácil encontrar a la gente. Y también que fuera más fácil cobrarles impuestos. No es un argumento político, es simplemente un hecho.

 

En el caso tanto de Google como de Facebook, el hecho mismo de la categorización significa que toda la información del mundo y todas las personas conectadas del mundo son más fáciles de manipular (para el “bien” y para el “mal”). El hecho mismo de la categorización hace más fácil manipular, de la misma manera que colocar los juguetes de un niño en una caja permite moverlos más fácilmente, categorizar a la población de una ciudad según etnia, más fáciles de matar o salvar, y la medición de árboles hace más fácil sacar beneficio de ellos. Se podría decir que Facebook es la silvicultura humana.

 

Lo realmente curioso, sin embargo, es cómo el símil entre la visión simplista de estos gigantes tecnológicos y la silvicultura de la ilustración prusiana se puede llevar mucho más allá.

 

Obviamente, ni Facebook, ni Google, ni Amazon necesitan hacer legible la distribución física del mundo (aunque la hagan con Google Maps o los vehículos sin conductor). A final de cuentas, los terrenos son limitados, los países son limitados y el mundo físico en general es limitado. El espacio físico es finito; no puede aumentar.

 

Sin embargo, Facebook, Google y Amazon necesitan hacer legibles los infinitos deseos y las infinitas necesidades de una cantidad infinita de seres humanos. Esos humanos viven y trabajan en un espacio digital ilimitado. Mientras el Estado quiere sacar dinero de cada transacción humana sobre objetos físicos (propiedades, casas, plusvalía, árboles), las empresas tecnológicas quieren sacar provecho de cada pensamiento humano que lleva a una transacción, sea física o no.

 

De hecho, la idea misma de pensar en el espacio físico nos desvía de la cuestión. En el siglo XVIII, era el material de los árboles lo que importaba. En el XXI, sin embargo, importan mucho más los motivos y modos en que el ser humano actúa de forma agregada.

 

En cierto modo, no es una nueva observación. Todos hemos oído en algún momento a algún joven directivo soltando el discursito de “si no pagas por algo, no eres el cliente; eres el producto”. Pero a la vez hemos sido muy lentos a la hora de entender que lo que se vende no son tanto los datos (apellidos, fecha de nacimiento, ciudad…) que marcaron las primeras redes sociales y motores de búsqueda. Lo que se mide y se vende hoy día es el porqué y el cómo de las decisiones.

 

Observemos, por ejemplo, cómo el reino de Prusia plantaba sus filas de árboles:

 

Patrón en quincunce

 

Se trata de un patrón en quincunce. Puedes estar en cualquier lugar y ver líneas rectas que se extienden en todas las direcciones. Thomas Browne veía reflejada en este patrón la mano de Dios.

 

También se cuenta que Thomas Edison se lo tatuó en la mano (después de inventar la primera pluma eléctrica, precursora de las máquinas de tatuaje actuales). Ahí queda eso.

 

En cierto modo, se podría decir que Facebook, Google o Amazon consideran que los datos que recopilan son como un patrón de quincunce. Filas infinitas de objetos, perfectamente organizadas en bases de datos relacionales, fácilmente legibles por los managers y accesibles para desarrolladores que quieran experimentar con talas y siembras.

 

En otro sentido, se podría decir que Facebook, Google y Amazon consideran a sus usuarios de este modo. Filas infinitas de personas objeto, perfectamente organizadas en bases de datos relacionales, fácilmente legibles por los managers y accesibles para desarrolladores que quieran experimentar con talas y siembras.

 

Se podría incluso decir que Facebook, Google y Amazon consideran las decisiones de sus usuarios de este modo. Pero las decisiones no son objetos. Las decisiones son movimientos entre objetos, así:

La línea de puntos indica el camino de la toma de decisiones, por ejemplo, de un vídeo de YouTube a otro

 

En un primer momento, para Facebook, Google, Amazon y compañía, las preguntas eran “¿quién?” y “¿qué?”. Qué usuario, qué objeto, qué plataforma, etc. Sin embargo, con el tiemplo estas empresas empiezan a querer saber el “¿por qué?”. Por qué y en qué categorías y volumen la gente va del vídeo V, al V+1 y luego al V+2. O al producto P. O a lo que sea.

 

Al igual que con la medición de un bosque, saber cómo se produce esa navegación permite a una empresa pronosticar sus ingresos. Pero, ¿crear la condición para que se den esos clics? ¿Predecir el camino que llevarán? Eso ya es plantar un bosque a imagen y semejanza de tu propio sistema de medición.

 

Pongámoslo así: predecir el crecimiento de árboles significó crear un modelo mental de un bosque. Predecir los clics de seres humanos significa crear un modelo mental de los modelos mentales.

Quizás no te sorprenda que, con el tiempo, la silvicultura causara una serie de problemas.

 

Las parcelas perfectamente ordenadas y cuidadas se veían muy bien y, en su primera generación, produjeron volúmenes de madera nunca antes vistos. Pero después de una sola rotación, es decir, después de unos cien años, los bosques plantados empezaron a decaer. Algunos incluso empezaron a morir.

 

Al medir los bosques para obtener madera, los científicos habían asumido que todas las demás variables se mantendrían constantes. No midieron la formación del suelo. No midieron las relaciones simbióticas entre insectos y hongos. No entendían la importancia de los árboles caídos y los tocones. No tuvieron en cuenta el papel que aves y mamíferos tienen en la formación del suelo.

 

Los bosques que resultaron de esta política eran débiles. Eran vulnerables a las tormentas, a los fuegos y a las enfermedades. Murieron.

 

No creo que sea histérico sugerir que las comunidades en línea están sufriendo una muerte forestal similar. Midiendo nuestra “participación” y tratando que otras variables de la condición humana se mantengan constantes, las empresas tecnológicas están creando poblaciones vulnerables a los conflictos, las tormentas, el fuego y las enfermedades. Vivimos en burbujas según nuestras preferencias. Nos exponemos a noticias falsas. Las listas de reproducción de YouTube te llevan por caminos cada vez más extremos.

 

Y merece la pena mencionar que no es difícil predecir sobre qué contenido harán clic los humanos. Cualquier periodista que haya visto las estadísticas de las noticias más leídas te lo puede decir: profesores lascivos, asesinatos horripilantes, historias de sexo, última hora y ataques terroristas. Hay una regla muy simple para entender todo esto: los humanos prestamos atención a todo aquello que se salga de la norma. ¿Pedofilia en una pizzería? Clic. ¿Venta de uranio en una fábrica abandonada? Clic. ¿Que el presidente se acuesta con una estrella del porno? Clic. Clic. Clic.

 

Lo que hemos visto en los últimos años y meses nos permite darnos cuenta de que medir el compromiso mientras asumimos que los otros factores se mantienen constantes crea poblaciones divididas y con miedo. Por eso Facebook ha estado cambiando sus algoritmos para que haya un ranking de medios de comunicación y aparezcan primero las noticias de amigos y familia.

 

Pero por muchas esperanzas que nos pueda dar, no es un cambio real. Se están reafirmando en sus métodos. Es más: se trata de una optimización. Porque en el fondo a los humanos nos gusta lo salaz, lo extremo y lo sensacionalista. Hacemos clic para ver hasta qué punto la realidad diverge de nuestras expectativas. Lo que significa que si sabes reflejar una realidad fielmente, si sabes crear un mapa de cómo los usuarios toman decisiones, puedes estar seguro de que visitarán tu página en la que se ofrece información que diverge de esa realidad en un grado controlado.

 

Y eso es lo que hacen todas esas herramientas que utilizamos. Es lo que siempre harán. Están creando un modelo mental de nuestros modelos mentales y ajustándolo de vez en cuando.

 

Esta ciencia de la participación es la ciencia que mide cuánto y cuán a menudo soportamos perder los nervios. Y sacar beneficios de ello.

 

Traducido del inglés por Leandro James Español Lyons en el marco de un programa de colaboración de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada y la Fundación Al Fanar.

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